Conservo las entradas de los conciertos a los que he
asistido. No hay ánimo de coleccionismo en ello, ni las tengo guardadas en
lujosos álbumes adquiridos ex profeso. Son una especie de souvenir que me
permite revivir, en parte, tantas y tantas experiencias, inolvidables unas,
para olvidar otras… Para mí, contemplar las entradas es como mirar fotos
antiguas: evocan recuerdos de momentos que no volverán a repetirse en el
tiempo. Porqué puedo volver a pinchar el disco de un músico cuantas veces
quiera, pero nunca podré volver a asistir “ese” concierto.
Los más jóvenes deben preguntarse qué gracia tiene guardar
un papelucho amarillo sacado del cajero automático de una entidad bancaria o un
papel impreso en blanco y negro (del mismo modo que se preguntan qué gracia
tiene comprar música grabada en un soporte físico, que ocupa metros lineales de
estantería, cuando en Spotify “está todo”).
Qué tiempos aquellos en que las entradas de los conciertos
se imprimían en color, con fotos promocionales del grupo o solista en cuestión.
Había quién cuidaba el diseño de esas entradas como si fueran una parte más del
todo: la música-el artwork del disco-el póster y las entradas de la gira…
formando parte de una misma concepción artística… o promocional, como quiera
verse. En cualquier caso, cuando el dependiente de la tienda de discos sacaba
el talonario de entradas y cortaba la tuya por la línea de puntos del troquel
sentías algo similar a cuando comprabas un disco. Bueno, para ser justo,
tampoco antes todo el mundo cuidaba ese aspecto, que de todo ha habido siempre.
Hoy en día, las entradas hay que ir a buscarlas al cajero
automático de un banco, que te las escupe en un papel mal impreso y encima te
sustrae una impertinente comisión. Para más inri, en ocasiones, de la poca
tinta usada, apenas puedes leer la letra impresa. Lamentable.
Efectivamente, este ejercicio de nostalgia viene al caso
porque he recuperado recientemente los álbumes de fotos con tapas asépticas (me
estoy planteando tunearlas) que uso para guardar, en orden cronológico, las
entradas de los últimos 25 años. Lo hago de uvas a peras, pues solo cuando he
acumulado muchas entradas voy en busca del álbum y dedico un buen rato a
incorporarlas.
No me considero fetichista pero, junto con las entradas, en
ocasiones he guardado púas lanzadas por guitarristas, un set list, memorabilia, confeti, etcétera. Cosas livianas que puedan guardarse en el mismo
álbum de fotos. Conservo también, de cuando publicaba critica musical en
periódicos y revistas, pases de prensa, V.I.P. e invitaciones varias.
El primer álbum, el que reúne las entradas del periodo que
va de finales de los años 80 a finales de los 90, es un compendio de colores,
formatos y tamaños. Pero, en algún momento de la pasada década, la cosa se
torció en el negocio de la música en general y en el de las entradas para
conciertos en particular. De repente, me di cuenta que debía cubrir páginas
enteras del álbum con esas anodinas entradas de cajero automático o con las
impresas en blanco y negro que te ofrece algún comercio. Sencillamente, guardar
las entradas estaba dejando de tener su gracia en el plano estético. Pero,
además, de algún modo la triste visión de esas entradas impregnaba el recuerdo
del concierto. Y por ahí no iba a pasar.
Finalmente encontré una solución “muy del siglo XX” para
que, en pleno siglo XXI, lo que quedara de una gran experiencia en directo no
fuera un triste papelucho. Una solución que todavía me satisface más que el
hecho de “disecar” la entrada: adjuntar fotografías en papel de lo vivido en
ese concierto.
El caso es que se había perdido la magia que tenían las
entradas para evocar o prolongar en el tiempo el placer de la experiencia
disfrutada en un momento puntual. Pero mediante las imágenes del concierto que
incluyo junto a la entrada lo rememoro más fielmente e, incluso, aprecio
detalles que me pasaron por alto en directo (sobre el equipo que usaba algún
músico, sobre el propio escenario, sobre las pintas de los miembros del grupo,
etcétera).
Leo en Internet que el grupo español Obús
hizo recientemente una tirada limitada de entradas “de taco” a color para un
concierto en Madrid en el que celebraba sus 30 años de vida. Las entradas se
ofrecían en dos tiendas de discos físicas de Madrid y tuvieron una gran aceptación.
Ojalá esta iniciativa cale y se extienda.